La artritis psoriásica es una condición autoinmune y crónica que se manifiesta a través de la inflamación de la piel y las coyunturas.
En la mayor parte de los casos llega acompañada de parches o placas de piel gruesa, enrojecida y escamosa, característica de la psoriasis.
Dichas placas suelen producir incomodidad, picor, dolor, inflamación, calentamiento y coloración.
Claro que esto no quiere que decir todo paciente de artritis psoriásica presenta lesiones cutáneas, pues la condición puede estar bajo control y ser apenas perceptible.
No obstante, las rodillas, codos, el cuero cabelludo, espalda baja, las palmas de las manos y las plantas de los pies, son las áreas donde comúnmente se presentan las lesiones en aquellos pacientes que sí son víctimas de las molestas placas psoriásicas.
Aunque también pueden aparecer en otras partes, tales como las uñas de las manos y los pies, los genitales y la parte interior de la boca.
Se estima que la artritis psoriásica afecta el 0.03 % de la población general y se presenta tanto en niños y jóvenes, como en adultos mayores.
Aunque es más común en personas de mediana edad y se sospecha que existe cierta predisposición genética.
Según el reumatólogo, Dr. Oscar Soto Raíces, la artritis psoriásica es una condición que representa un gran reto a la hora de realizar el diagnóstico oficial. Esto, porque su naturaleza es intermitente. Además, los escasos criterios de evaluación hacen que los síntomas puedan confundirse con otras condiciones, lo que dificulta que el paciente reciba a tiempo el tratamiento adecuado.
“Muchas veces llegan a nuestras oficinas pacientes jóvenes con síntomas tan comunes como un dolor de espaldas, que puede ser indicador de cualquier otra condición.
Igualmente, llegan con tendinitis (inflamación en el tendón), que es otra manifestación que puede confundirse con entesitis (cuando se hincha la articulación y el tendón) que es bien característico de este tipo de artritis.
Esta se refleja por ejemplo en el tendón de Aquiles, los tendones cerca del codo o en los hombros –que se inflaman al mismo tiempo que la articulación- y eso la distingue de una osteoartritis o artritis reumatoidea donde solo se inflama la articulación”, explicó el especialista.
En ese sentido, el galeno resaltó la importancia de conocer si el paciente cuenta con historial clínico o familiar de primera línea con psoriasis o artritis psoriásica.
“Una respuesta afirmativa levanta sospechas y es parte de lo que buscamos para hacer el diagnóstico. Cuando un paciente diagnosticado con psoriasis comienza a tener dolor e inflamación en las articulaciones, tenemos que estar consciente que podría estar asociado a la enfermedad. Entonces se deben realizar pruebas de marcadores elevados en la sedimentación y la proteína C reactiva, así como prueba de anticuerpos reumatoides –negativos-, cambios hipertróficos de hueso y en la columna”, sostuvo el también presidente y fundador de la Fundación de Enfermedades Reumáticas de Puerto Rico (FER).
En cuanto al tratamiento, Soto Raíces señaló que ha evolucionado grandemente gracias a las investigaciones.
“En el pasado se trataba la condición por la línea de la inflamación con medicamentos no esteroidales. El problema es que estos solo afectan la articulación y no la condición en su totalidad, por tratarse de una sistémica.
Los tratamientos actuales van directamente al sistema inmune para bloquear el proceso de inflamación, usando medicamentos biológicos. De esta manera, tanto la piel como las articulaciones mejoran.
También, recientemente se aprobó un tratamiento oral que consiste de una molécula pequeña que bloquea otro tracto de inflamación en el sistema inmune que trabajan tanto para la artritis como para la piel, detiene el progreso de la enfermedad para que el paciente pueda seguir siendo funcional. Son muy efectivos y rápidos. En cuestión de semanas el paciente siente una diferencia grandísima”, concluyó.