Por : Carol G. Martínez Medina
Las redes sociales están ahí. Siempre. No descansan. Son ese eco constante que nos informa, nos entretiene, nos alarma… y a veces, también, nos rompe un poco por dentro.
En tiempos de emergencia y desastre, estas plataformas se convierten en un campo abierto donde todo se vale: imágenes crudas, palabras sin piedad, juicios que no conocen el silencio.
Lamentablemente, muchos de estos canales han olvidado lo más importante: que detrás de cada noticia hay una vida, una historia, un ser humano.
Se viralizan fotos de cuerpos sin vida, se comparten videos desgarradores sin considerar el dolor de una madre, hija, un amigo que tal vez, sin querer, ve a su ser querido despedirse en una pantalla.
Y no es solo el acto de compartir estas imágenes, es la manera en que el dolor ajeno se consume como entretenimiento, como si la tragedia fuera parte del menú del día, increíble pero es cierto, recuerdo una vez que, tras una catástrofe, alguien me dijo:
“Ya vi todas las fotos.”
Le pregunté:
“¿De los sobrevivientes?”
Me miró y respondió:
“No, de los muertos.”
Sentí una presión en el pecho. ¿En qué momento perdimos la capacidad de conmovernos? ¿Por qué nos parece normal mirar la muerte como si fuera una escena más de una serie? Es como si matáramos a las personas dos veces: primero físicamente, y luego, al arrebatarles su dignidad.
No se trata de ponerse en el lugar del otro, porque la verdad es que nunca estaremos en los mismos zapatos, cada quien carga su historia, su duelo, la batalla, pero sí podemos, sí debemos pensar como seres humanos y, claro, eso significa sentir, reconocer al otro como alguien que pudo haber sido yo, ese alguien que amaba, reía, soñaba esa persona que merecía respeto, incluso en su ausencia fuera de este plano terrenal.
Pero claro, no todo está perdido, considero que las redes también han sido espacios para unirnos, para informarnos con responsabilidad, organizarnos, brindar ayuda, pero esa no puede ser la excepción, debería ser la regla.
#YoPensando que creía que la pandemia nos iba a dejar una lección clara de, que la vida es frágil, que no tenemos el mañana garantizado, que lo único que realmente importa es el amor, el cuidado mutuo, la solidaridad, pero a veces, veo (Literalmente) que seguimos caminando con los ojos cerrados y el corazón endurecido.
Hoy en este artículo invito a que nos podamos detener a preguntarnos: ¿desde dónde estamos comunicando? ¿Desde el morbo o desde la compasión? ¿Desde la prisa por compartir o desde el respeto por el otro?
Tal vez no podamos cambiar el mundo entero, pero sí podemos poner de nuestra parte, de nuestro ser como humanos, aún en medio del caos, tragedia y dolor.
#NoSéDigoYo #MiOpinión