Hoy en día en la población pediátrica la hipertensión arterial se encuentra en creciente prevalencia, presente en 1 – 3 % de los niños y asciende hasta un 30% en adolescentes obesos, representando una elevada comorbilidad a mediano y largo plazo, afectando la calidad de vida hacia la vida adulta.
La prevalencia de HTA durante los últimos 20 años en la población pediátrica, puede ser explicada por el incremento de las tasas de obesidad, sin embargo es de gran interés determinar posibles condiciones predisponentes relacionadas a factores genéticos o hereditarios y/o enfermedades congénitas desencadenantes.
A menor edad del niño y mayores niveles de presión arterial, más probable el hallazgo de una etiología secundaria, presente hasta en un 70% de los niños menores de 10 años con hipertensión y en adolescentes que han desarrollado síntomas o complicaciones por hipertensión avanzada.
Los niveles de presión arterial en el niño varían de acuerdo a su talla, sexo y edad, por lo que es recomendable evaluar dichos niveles al menos una vez al año.
Un niño con hipertensión arterial puede presentarse asintomático, así como también presentar dolor de cabeza frecuente, palpitaciones, dolor de pecho, episodios de fatiga o alteraciones neurológicas como perdida del conocimiento o convulsiones en estadios avanzados de HTA; sin embargo muy frecuentemente no existen síntomas sugestivos de hipertensión, pudiendo diagnosticarse tardíamente incrementando así el riesgo de complicaciones cardiovasculares.
Un niño prematuro, con bajo peso al nacer, enfermedades cardiacas congénitas así como enfermedades renales algunas veces no diagnosticadas, pueden ser la causa del desarrollo de hipertensión arterial durante los primeros años de vida. En tal sentido la Academia Americana de Pediatría (AAP) recomienda la medición de la PA en todos los niños mayores de 3 años una vez al año y en los niños menores de 3 años, si presentan factores de riesgo: Prematuridad, Bajo peso al nacer, cardiopatías congénitas, Infecciones recurrentes de las vías urinarias, proteinuria, hematuria o malformaciones estructurales renales.
Una vez confirmada la presencia de HTA, la evaluación debe dirigirse hacia la detección de una enfermedad causal y a la búsqueda de factores de riesgo asociados a una HTA primaria, al mismo tiempo de implementar estrategias que disminuyan el riesgo de daño a órganos como corazón, Ojos, riñones o Cerebro.
Los niños que han presentado niveles elevados de tensión arterial requieren un seguimiento estricto con atención a mantener un adecuado estado hemodinámico y lograr ajustes sobre el estilo de vida que garanticen un pronóstico favorable a mediano y largo plazo. Esta evaluación debe incluir la valoración oftalmológica en busca de posible retinopatía y alteración arteriolar, la cual puede estar presente en el 8 al 18 por ciento de los niños con hipertensión arterial esencial o primaria.
Las alteraciones cardiacas propias de la hipertensión de larga evolución, suelen estar presente al momento del diagnóstico, por lo que es necesario incluir una evaluación cardiovascular que incluya la monitorización de presión arterial ambulatoria y realización de ecocardiografía, así también determinar las posibles alteraciones metabólicas asociadas y la valoración minuciosa de la afección renal.
La evaluación Nefrológica debe estar orientada a investigar una probable etiología renal (Hipertensión renovascular, Glomerulopatias, malformaciones estructurales renales), valorar la repercusión sobre la microvasculatura renal propia de la hipertensión no controlada a mediano y largo plazo, evidente a través de la presencia de proteinuria o microalbuminuria y llevar a cabo el tratamiento farmacológico adecuado en el momento que sea requerido.
Es recomendable tener presente que prevenir es la estrategia más eficaz. Es importante reconocer que los cambios o mejoras al estilo de vida del niño deben ser implementados en toda la familia para lograr que sean estas medidas constantes y fácil de sobrellevar por el niño a lo largo de su vida. Así una dieta equilibrada con restricción de la ingesta de sodio (sal), adecuado consumo de frutas y verduras, así como la realización de actividad física frecuente, evitando al mismo tiempo la obesidad, disminuye en gran medida la posibilidad de incrementar los niveles de presión arterial en edad escolar y adolescencia.